¡Cuánto nos cuesta creer de verdad en la resurrección de Jesús! Con frecuencia nos asalta la duda: ¿Y si la esperanza que llevamos en el corazón de que “todo esto, tan grande, tan bello, tan verdadero... no puede morir” no fuera sino una semilla loca que nuestra psicología malsana ha creado, una especie de proyección al más allá, porque lo del más acá no tiene sentido? 

Dice san Francisco en sus Alabanzas al Dios altísimo: "Tú eres nuestra esperanza".  Nuestra esperanza no es una ilusión, ni una proyección, ni una construcción interesada de nuestra psicología... sino una persona: Jesús, el Hijo de Dios, que ha sido levantado de la muerte y con Él todos nosotros. Es verdad: No sabemos realmente cómo fue la resurrección, porque pertenece al misterio insondable entre el Padre y el Hijo. Lo que sabemos es que hubo un Sí inmenso y silencioso. Un Sí inequívoco, definitivo e incondicional, pero a la vez discreto y sin estridencias. Un Sí capaz de vencer el “no” del pecado, de la muerte, del mal. Dios ha pronunciado en su Hijo amado un Sí definitivo sobre cada uno de nosotros. Un Sí que ha descendido hasta el mismísimo infierno, a todos nuestros infiernos.

Sí, la prueba de la Resurrección no es sólo el sepulcro vacío, sino la experiencia profunda de la presencia transformadora del Resucitado en medio de nosotros. Como María Magdalena, como Pedro, como los discípulos de Emaús, también nosotros, si acogemos al «Señor resucitado y viviente», superaremos todos los miedos y desconfianzas, y sabremos dar un nuevo sentido a los acontecimientos de la historia. Vivir en la luz de la resurrección es mirar el mundo con los ojos de Dios.

«Era verdad, ha resucitado el Señor 
y se ha aparecido a Simón.»
(Lucas 24, 13-35) 

Fuente: http://vocacionesfranciscanas.blogspot.com