En la pequeña iglesita de la Porciúncula es el corazón de la Madre, la "Virgen hecha iglesia", como Francisco solía invocarla, la que acoge al peregrino.
San Francisco sentía un cariño especial por esta iglesita, que se conserva dentro de la gran basílica de Santa María de los Ángeles, ya que fue una de las iglesias que él se encargó de reparar en los primeros años de su conversión y donde escuchó y meditó el Evangelio de la misión. Después de los primeros pasos en Rivotorto, obligados por el dueño a abandonar el pobre tugurio, se establecieron en la "pequeña porción", propiedad de los benedictinos del monte Subasio. Allí Francisco y sus primeros hermanos pudieron resguardarse casi como en el seno materno, para renovarse espiritualmente y volver a partir llenos de impulso apostólico. Allí, la tarde-noche del Domingo de Ramos de 1211, recibió a Clara. En ese mismo lugar, por intercesión de la Madre de Dios, Francisco obtuvo para todos un manantial de misericordia en la experiencia del "gran perdón" de Asís. Por último, allí vivió su encuentro con la "hermana muerte".